lunes, 8 de julio de 2019

¿Acaso la verdad importa?

De pequeño escuchaba en casa con mucha frecuencia la frase "una mentira por más pequeña que sea es del tamaño de una catedral"

Y es que mi abuelito siempre fue así, de esos personajes que casi no existen hoy, honesto hasta los huesos, de una sola voz y para quienes la palabra valía más que un contrato firmado ante notario.

Confieso que a pesar de lo mucho que nos enseñaba con su ejemplo de vida, no siempre obedecíamos sus preceptos y al llegar a nuestra adolescencia nos parecían caducos. Asumo, creería se debe al famoso ciclo de la vida...sí, ese en el cual en nuestra niñez nuestros padres eran unos superhéroes, en la adolescencia sentimos que "sabían algo pero no siempre tenían la razón", en la juventud "ellos no estában acorde a los tiempos actuales y se equivocaban", ya en nuestra adultez  (muchas veces cuando no estuvieran vivos) solemos decir "realmente mis padres eran sabios, cómo quisiera escuchar sus consejos hoy"

Toda la vida tratamos de justificar nuestras mentiras, grandes o pequeñas, blancas u oscuras, siempre intentando quedar bien para no hacer daño a otros o a nosotros mismos. Y esto de no decir mentiras no tiene nada que ver con la religiosidad de nadie, sino con esa parte intrínseca del ser humano, esa que te añade valor.

Vivimos en tiempos donde el mentiroso es visto como sabido (astuto) y el honesto como gil (tonto). La verdad es parte de nuestra integridad, aquella que no se ve pero va dentro de esa formación que heredamos y pasamos a la siguiente generación.

Lo sé, lo sé, nadie en el mundo jamás ha dejado de decir una mentira, lo importante es que ella no se convierta en parte de nuestras vidas, porque al final de cuentas LA VERDAD SIEMPRE SALDRÁ A LA LUZ.